Que un enfermero en mayúsculas te dedique uno de sus excelentes y siempre acertados post en su blog personal es un honor y un reconocimiento inesperado, gracias José Ramón Martínez Riera por dedicarme este post, que me da más alas para seguir adelante en la labor de humanizar nuestro sistema de salud, de humanizar los cuidados enfermeros y también porqué no cambiar mentalidades obsoletas, caducas y de pensamientos anticuados por el bien común, con una perspectiva donde las personas sean centro de verdad, no palabras vacías. Gracias amigo y maestro, gracias José Ramón.
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A Albert Cortés por su liderazgo enfermero en la humanización.
“Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano.”
George Orwell[1]
Vengo analizando y reflexionando desde hace tiempo sobre el modelo en que se basa el Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y la Atención Primaria de Salud (APS) en particular. Sobre su focalización casi exclusiva en la enfermedad y su marcada tendencia a la medicalización, paternalismo, tecnología, biologicismo, fragmentación e incluso deshumanización y de cómo estas características influyen de manera clara y determinante en la atención, que se torna asistencialismo, que las/os profesionales de la salud, prestan a las personas, las familias y la comunidad.
He planteado en muchas ocasiones que el paradigma biomédico del que emanan estas características e impregna el modelo sanitario ha sido adoptado y aceptado con demasiada complacencia e incluso poca resistencia por parte de las enfermeras como propio o, cuanto menos, desde el que prestan sus cuidados profesionales, con el consiguiente fracaso, al hacerlo desde un paradigma claramente contradictorio y antagonista al que se decide abandonar o relegar, es decir, el paradigma enfermero, centrado en la salud, la atención integral, integrada e integradora, la educación y promoción para la salud, la atención individualizada, familiar y comunitaria, la participación comunitaria… provocando respuestas alineadas y alienadas con el planteamiento biomédico, que son claramente ineficaces, ineficientes, centradas en las técnicas, alejadas de la necesaria continuidad de cuidados, generadoras de dependencia al no promocionar la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado, limitadoras de la participación ciudadana en la toma de decisiones y de la adecuada racionalización de los recursos personales, familiares, sociales y comunitarios que conduce a una hiperfrecuentación de los recursos sanitarios, saturándolos y generando insatisfacción ante las respuestas recibidas a las necesidades sentidas de las personas, las familias y la comunidad que los profesionales no son capaces de identificar al hacerlo tan solo desde su protagonismo profesional que resulta exclusivo y excluyente.
Pero más allá de este análisis que, repito, ya he abordado, considero que la influencia de este modelo trasciende al SNS y a la APS y se incorpora como modelo de comportamiento de las enfermeras, lo que puede justificar, al menos en parte, las respuestas que se están dando en muchas ocasiones a la demanda creciente de cuidados o los escandalosos silencios ante situaciones que claramente van en contra de la disciplina y profesión enfermeras, pero que contribuyen a sedimentar, consolidar y perpetuar las actuaciones que en base a la subsidiariedad que ha dicho modelo se asume e interioriza, genera respuestas tan desalentadoras como facilitadoras de invisibilidad, desvalorización y falta de reconocimiento de las enfermeras siendo percibidas cada vez más como un instrumento del modelo descrito y de quienes son identificados como referentes del mismo, los médicos, que como profesionales autónomas con competencias específicas por las que ser valoradas.
Las enfermeras han reducido el contexto de sus actuaciones al ámbito de los hospitales y de los centros de salud, lo que limita claramente su campo de actuación y las sitúa como recursos del sistema y de los médicos para dar respuesta al modelo que hay establecido y que centra todo su interés en la obtención acrítica de resultados, desplazando con ello a las personas, que son identificadas como sujetos u objetos ligados a la enfermedad -diabéticos, hipertensos, crónicos, discapacitados…- organizando y fraccionando, en base a ello, la asistencia, que no la atención, por órganos, aparatos o sistemas -cardiología, nefrología, endocrinología…- en lugar de configurarse como profesionales de y para la comunidad, entendiendo esta como algo que va mucho más allá del sumatorio de individuos de este modelo reduccionista que aleja la humanización de la atención al alejarla de la imprescindible dignidad humana de los cuidados, lo que implica generar un discurso oportunista y contradictorio de rehumanización que, en sí mismo, implica el reconocimiento de su pérdida.
Esta falta de contextualización de dónde, cómo, cuándo y de qué manera pueden y deben actuar las enfermeras reduce drásticamente su ámbito competencial que se adapta a las demandas médicas y organizacionales y no a las de cuidados de la comunidad.
En este entorno medicalizado, la capacidad para identificar su propia autogestión, autodeterminación y su capacidad autónoma de pensar y prestar cuidados se reduce o elimina al hacerla dependiente de las indicaciones/órdenes médicas y de la rigidez y encorsetamiento organizacional impuesto por las instituciones sanitarias que limitan la prestación de cuidados a la priorización de las demandas médicas y del modelo gestionado, impuesto y mantenido más allá del más elemental sentido común, en el que lo importante es el número de intervenciones, consultas, técnicas realizadas, visitas hechas… en una carrera de indicadores numéricos que tratan de demostrar la capacidad de respuesta aunque ello se traduzca justamente en la lectura contraria al quedar patente la escasa capacidad de resolución que se traduce en una dependencia e insatisfacción cada vez mayores que acaban por colapsar al propio sistema que se ahoga en su incapacidad, mientras los profesionales acusan a la población de la saturación que ellas/os mismas/os inducen con su asistencialismo.
Ante esta actitud, las enfermeras perciben su escasa influencia, como profesionales autónomas que dicen ser, aunque su actitud vaya en contra de ello, lo que les genera insatisfacción, decepción e incluso frustración como síntomas de la patología organizacional y disciplinar de la que se han contagiado. Contagio al que, por otra parte, se han visto expuestas ante la falta de actuaciones de promoción de su propia salud profesional en base a las cuales adquirir conductas y hábitos que les permitiese asumir responsabilidad y competencia profesional para saber afrontar los riesgos que el modelo médico provoca, preservando así su salud profesional, desde la que poder construir un contexto salutogénico en contraposición al patogénico que emana del modelo hegemónico en que se hayan instaladas.
Pero no tan solo no son capaces de promocionar dichos hábitos, sino que incluso rechazan una inmunización activa, mediante la incorporación de las evidencias científicas generadoras de defensas para responder con efectividad y eficacia al contagio de los gérmenes nocivos y tóxicos que emanan del modelo e influyen tan negativamente en su salud profesional. Ni tan siquiera admiten la inmunización pasiva obtenida directamente de sus referentes profesionales, a quienes ignoran o rechazan, o los anticuerpos específicos aportados por la ciencia enfermera, a través de las sociedades científicas que les podría proporcionar inmunidad ante la peligrosa exposición a un modelo que les debilita profesionalmente. Por el contrario, se limitan a mantener una actitud de conformismo ante el contagio inevitable que finalmente lleva a una cronicidad derivada de su patológica subsidiariedad.
La ausencia de recursos personales y colectivos con los que contrarrestar los efectos del inevitable contagio provocan una exacerbación de los síntomas, con una progresiva dependencia que anula la capacidad de respuesta y con ello les somete a una posición de intrascendencia y postración derivada de su pérdida de autonomía profesional incapacitándoles individual y colectivamente y sometiéndoles a riesgos evidentes de deterioro tanto de su imagen como de su capacidad de respuesta que lamentablemente les puede conducir a situaciones de irreversibilidad o de incapacidad funcional manifiesta.
Estamos pues ante un círculo vicioso en el que no se sabe bien qué fue antes si la actitud de las enfermeras o el modelo médico en el que nos hemos instalado, lo que nos ha llevado a una situación de gravedad extrema que, si queremos que su única solución posible no sean los cuidados paliativos, deberemos actuar con determinación para salir del coma inducido en el que nos encontramos. Recuperar la respiración espontánea y autónoma que nos permita escapar de la anoxia y anorexia profesionales en las que estamos sumidas y favorecer la movilización que acabe con la atonía producto de nuestra inacción, son requisitos imprescindibles a tener en cuenta para afrontar el reto de aportar respuestas y soluciones que vayan más allá del actual modelo sanitario. Debemos ser capaces de identificar, potenciar y articular los activos de salud que como enfermeras tenemos para impulsar y reforzar acciones de desarrollo profesional que faciliten la valoración individual y colectiva, pero también social y organizacional, de tal manera que nos convirtamos en activos de salud para las personas, las familias y la comunidad.
Los cuidados profesionales requeridos, que tan solo pueden provenir del necesario e imprescindible reconocimiento del paradigma enfermero, para la recuperación de nuestra autonomía profesional deben ser admitidos, interiorizados y asumidos si queremos afrontar con éxito la situación actual y actuar en consecuencia para modificar el actual contexto patogénico en el que nos encontramos.
Por otra parte, debemos admitir que nuestra recuperación pasa por trabajar de manera coordinada y consensuada con la población a la que prestamos cuidados como la única forma posible de ser reconocidas como profesionales necesarias y demandadas. Nuestro ámbito de influencia y respeto, que no de poder, se encuentra en la comunidad, con la ciudadanía y no en el poder central ocupado desde hace tanto tiempo por la clase médica. Continuar creyendo que nos podemos hacer un hueco en ese poder central no tan solo es un gravísimo error, sino que está abocado al fracaso y a la fagocitación disciplinar. Tan solo en y con la comunidad seremos capaces de dejar de ser percibidas como dependientes, secundarias e incluso prescindibles.
Necesitamos asumir que la promoción de nuestra salud profesional requiere de una alfabetización enfermera que nos empodere para poder liderar los contextos comunitarios de cuidados y no tan solo de las organizaciones sanitarias. Es desde esa posición y con ese posicionamiento, desde los que tenemos la obligación de dar respuestas de salud que vayan mucho más allá del actual, caduco, nocivo, tóxico y peligroso modelo sanitario.
La humanización debe dejar de ser una etiqueta, una pose, una promesa, una moda, para pasar a ser el eje sobre el que pivote la atención ética y estética de los cuidados profesionales. Cualquier otro intento tan solo servirá para maquillar las profundas arrugas del vetusto modelo biomédico.
[1] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India (1903-1950).